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Lluís Masià

Valencia

 

EXTRAÑOS EN EL PARAÍSO: LOS REFUSÉS DE LLUÍS MASIÀ.

Lourdes Santamaría Blasco

La Unión Europea aplica firmemente las políticas de exterminio que rechazan y expulsan a los extraños del paraíso europeo, que condenan al “otro”, al refugiado, al que asimilan a menudo con el terrorismo para justificar esas políticas. Se han tergiversado y pervertido las leyes y las palabras, pero la intencionalidad sigue siendo la misma: un profundo rechazo, odio y temor al extranjero, al “Bárbaro” del que hablaba Konstantin Kavafis en “Esperando a los bárbaros”: Y ahora qué será de nosotros sin bárbaros: esas personas eran una suerte de remedio.

El bárbaro ha sido siempre “el remedio” o la excusa perfecta para aplicar desde siempre las políticas mundiales, que condenan al “diferente” al apartheid, al gueto o al campo de concentración, al exilio, a la diáspora, a la muerte y al olvido. En la actualidad miles de seres humanos se hacinan en campos de refugiados en centros dispersos por Europa: Entre todos ellos se significan Calais y Lesbos. Calais, como Auschwitz, Vietnam, Afganistán o Guantánamo, simbolizan la abolición del pensamiento, de la crítica y la negación de los Derechos Humanos. El racismo, la xenofobia, el odio y los intereses económicos y geoestratégicos prevalecen frente a los Derechos Humanos; de hecho se violan constantemente todos y cada uno de esos derechos, especialmente los siguientes:

Nº 3: Todo individuo tiene derecho a la vida, la libertad y la seguridad.
Nº 9: Nadie podrá ser detenido, desterrado ni preso arbitrariamente.
Nº 13: Toda persona tiene derecho a la libre circulación y a elegir libremente su residencia.
Nº 14: Toda persona tiene derecho al asilo en cualquier país.

La isla de Lampedusa es significativa por la llegada masiva a sus costas de estos refugiados y migrantes de África y Oriente Próximo que son sistemáticamente refusés (rechazados, rehusados, denegados, desestimados) por los países de la Unión Europea, con la complicidad de Turquía y los países ribereños del Mediterráneo. Los náufragos son abocados a perecer en la inmensa tumba marina, ante la indiferencia o incomodidad de muchos, y el interés real y humanitario de unos pocos, ONGs y particulares solidarios. Los políticos, aparentado una humanidad que les es ajena, van a Lampedusa para hacerse la foto de rigor, difundida por los medios de comunicación y conseguir votos. Pero… ¿qué sucede cuando los políticos se van de estos lugares? ¿Quién elige las noticias de primera plana? ¿Los medios de comunicación o los políticos en convivencia con los media?

Es como si de repente la crisis de los refugiados desapareciera, la prensa calla, ya no hay portadas que remuevan las conciencias. Las tragedias humanitarias son rentables al principio, luego saturan y al final desaparecen: mil muertos más en el Mare Nostrum son sólo otro suceso rutinario, sepultado por la avalancha de noticias absurdas e intrascendentes. Nuestra capacidad de respuesta está anestesiada, depende de los medios que manipulan la información para hacernos sentir una compasión inmensa por la fotografía de un niño ahogado en una playa, y no por los miles de niños fallecidos sin ninguna imagen que los recuerde o signifique. Lo que no aparece en los media es como si no existiera.

Y ante este conflicto, ante la indiferencia, impotencia y crueldad de los políticos desbordados por la marea de seres humanos, y devorados por la sobredosis de imágenes audiovisuales que se superponen unas a otras sin que apenas quede memoria o recuerdo ¿Qué pueden hacer los artistas para llamar la atención sobre estas tragedias insoportables? Establecemos por un lado una conexión nominal con los impresionistas rechazados en el Salón de París de Arte en 1863, su estilo era demasiado nuevo e incomprendido para el academicismo del arte oficial; por ello inauguraron su propio Salón: el Salon des Refusés, o Salón de los Rechazados, e iniciaron una nueva época en la historia del arte, hasta que ellos también se convirtieron en academicismo puro. Por otro lado, resaltamos la tradición artística de representar batallas, naufragios, etc. como todo un género en el arte, pero ambos nos son conceptualmente ajenos y hay que huir de ese esteticismo formal y debemos adentrarnos en “El Horror”, que diría el Coronel Kurtz de Apocalypse Now. Cuando acabó la Segunda Guerra Mundial, el filósofo Theodor Adorno se preguntaba si se podía escribir poesía después de Auschwitz, y, posiblemente, escribir poesía o cualquier otra forma de arte, cine, fotografía, pintura, etc., sea una manera necesaria para testimoniar el horror y la infamia. Como lo hizo Primo Levi cuando escribió “Si esto es un hombre”, sobre su descenso a los infiernos del campo de exterminio de Auschwitz. Sin embargo, no hemos aprendido nada.

En este convulso inicio del siglo XXI los refusés son los millones de seres humanos, y recalco lo de humanos porque a menudo se nos olvida, que son expulsados de sus hogares y países. Los Derechos Humanos, que presuntamente deben ser respetados y aplicados a estos refugiados por la Unión Europea, parecen escritos en papeles mojados, engullidos por el mar de la indiferencia y la desidia política y social. Como canta Chambao en Papeles mojados: “Miles de sombras cada noche trae la marea. Navegan cargados de ilusiones que en la orilla se quedan […] Muchos no llegan, se hunden sus sueños, papeles mojados, papeles sin dueño…”

Por el contrario, Lluís Masía escoge para realizar su obra “Refusés” un material impermeable al agua, que protege y puede llegar a salvar vidas, unas mantas isotérmicas de emergencia y supervivencia, hechas de plástico de aluminio, plateado por un lado, que en contacto con el cuerpo evita la hipotermia, y por el otro lado de un dorado deslumbrante que evita el sobrecalentamiento. Oro parece, plata no es: un juego visual, textual y metafórico sobre los intereses políticos y económicos que subyacen bajo el rechazo más brutal hacia los extranjeros, los “bárbaros”.

Frente a las efímeras noticias de los media, la obra “Refusés” es memoria latente y permanente. Lluís Masià nos remueve las conciencias, nos recuerda esta cruda realidad casi silenciada en la actualidad, y escribe con el corte al laser sobre el aluminio la Declaración Universal de los Derechos Humanos, los 30 derechos fundamentales, convirtiendo esas mantas isotérmicas, parte indispensable de los equipos de salvamento de emergencia ante las catástrofes humanitarias, en un resistente símbolo de supervivencia, solidaridad y protección frente a la indiferencia y el horror.


 


 

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